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    viernes, julio 11, 2008

    Querida profesora:

    Una vez finalizado el cuatrimestre quería hacerle un comentario, breve por cierto. ¿Recuerda esa tarde de junio, clase previa al segundo parcial, que Ud. llegó severamente retrasada, agitada, despeinada, con papeles cayéndoseles y cuando entró al aula encontró a todos los alumnos prolijamente sentados pero con algunas caras de traste por el tiempo perdido? Bueno, todo eso podría haberse evitado, creame...

    Esa tarde, como todos los miércoles, me fui a la fac. en colectivo porque ya bastante con que abuso del rodado de padre los martes y los jueves. Ese miércoles, como otros, subió al transporte público la profesora que en esa misma tarde, minutos después, tenía una clase. Nunca llegábamos a saludarnos, siempre terminábamos sentados lejos pero aun así siempre tenía la posibilidad de visualizarla desde mi asiento.
    Esa tarde viajamos media hora aproximados. Yo viendo que llegaríamos juntos ya sufría la angustia de no llegar a hacer unas cosas (esperar a los mogólicos de la fotocopiadora para comprar unos apuntes, luego ir al quiosco por chicles, dejar un TP, hacer pichín, etc) pero cuando todo parecía estar perdido, la catedrática se quedó dormida mágicamente.
    En estos casos uno apela a la ética y moral propia y decide casi sin dudar que si llegáramos a la parada de descenso y que si la autoridad educativa seguía de la mano de Orfeo no había otra opción que despertarla e invitarla a bajar, cual pedazo de botonazo del orto. Pero como uno es un ser dicotómico y de doble cara (¬¬) enseguida se tantea la posibilidad, remota por cierto, de dejarla dormir un poco más y felizmente poder hacer todo lo que uno tenía que hacer, sin tener que llegar tarde a la clase, sin tener que quedarse sin asiento + asiento placard, y encima llegar todo desfigurado por el trajinar que significa tener que subir 4 pisos a las corridas.

    Finalmente llegamos a la parada y había que bajarse del ruidoso 19. La educadora dormía como un angelito. Me dije internamente entonces: Apelo a mi bondad, a mi caballerosidad, pienso un segundo profundamente y hago un acto de bien...
    Y me bajé, dejándola ahí sentada cómodamente, con sus libros encima de las piernas.

    Créanme que no sentí nada de culpa, hice todo lo mio y subí plácidamente por el ascensor masticando mi chicle sabor fruta. Cuando la señorita maestra llegó al pequeño salón pidiendo perdón por el retraso de media hora, sólo se escuchaba el sonido de mi pajita haciendo escandoloso ruido sobre el fondo de la botellita de una gaseosa cola.

    Querida profesora, al martes siguiente sucedió lo mismo una vez más. Esta vez había un peligro mayor y era que ese día era el segundo parcial (que finalmente obtuve un 8) y esta vez no podía dejarla dormir porque terminaría afectándome violentamente. Como estaba aburrido, tomé estas capturas en movimiento para sólo regocijarme un rato, espero no le moleste:

    Pasé 28 minutos pensando en como despertarla: si llamarla por el nombre susurrándole al oído, si tocarle con un dedo el hombro repetidamente o si toserle fuerte cerca. Igual por suerte y gracias a Dios, se despertó a dos metros del momento de bajarnos y me ahorró quedar como un tarado despertándola. Eso sí, yo bajé primero y salí corriendo porque tenía que mear. Es la cábala oficial.

    (Ahora el final el día 22 con esta misma mujer)

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    Derrochado x Fran a las 9:14 p. m.