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    jueves, abril 02, 2009

    Mi boom

    Muchas veces, cuando se es chico, uno se transforma en una especie de monigote de los padres o descrubre que haciendo determinadas monerías se logra ganar el cariño, la aceptación o la risa de los adultos. También, estas puestas en escena claramente se relacionan a una competencia sana con los hermanos o demás niños de la familia.
    Tras una serie de actuaciones, el niño es capaz incluso de hacer mejoras constantes y además percibe que animándose a nuevas palabras, morisquetas o a sorprender con el acting en momentos insospechados, logrará óptima adhesión e irá fortaleciendo paso a paso su identidad.

    Algunos salen actores. Otros quedan idiotas. Otros, como yo, recuerdan con cierta vergüenza momentos terribles de la niñez y aceptan que en el pasado quedaron y que ahora la misión es repetir lo mismo con otros nenes.

    Entre las paparruchadas que me mande, se puede encontrar una que le costó a mi abuela sacrificar su misteriosa parsimonia: Había ideado una lluvia de pétalos de jazmines, que secretamente recolectaba durante la tarde mientras todos dormían, pelando por día una planta y media. La lluvia de pétalos recaía sobre las miradas absortas de mis tías, de mis viejos y otros, acompañada por una canción que había inventado y que decía a los gritos y repetitivamente: OYETT!
    Nunca supe la razón de eso, pero sí comprendí que a las plantas había que cuidarlas o vérselas de nuevo con las amenazas de mi abuela, tales como: no venís más. BUAH.

    Supe también bailar una canción carioca, bien tropical y simulaba tener en mi cabeza miles y miles de frutas de llamativos colores y texturas. Mi vieja lloraba de la risa y me hacia repetirlo para quien osara entrar a mi casa. Los invitados miraban y disimulaban una sonrisa, que por cierto: mientras yo bailaba notaba la falsedad de sus rictus.

    Así mismo contaba chistes, sin malas palabras ni gestos obsenos. Hacia jueguitos con una pelota de tenis y un palo de escoba. Jugaba un híbrido de baseball con la varilla de una cortina y una pelotita de ping pong - ahí se dieron cuenta que en tenis me iría bien -. Escribía mi nombre al derecho y además rompía records con cualquier yo-yo.

    Sin embargo nada de esto fue mi boom. Mi especialidad residía en unir las manos, apretándolas fuerte y entrelazando cada dedo, para luego mecerlas de lado a lado de mi cabeza. Eso lo había aprendido a los 3 años, en 1983, y cuando lo hacia mi sonrisa era más grande que nunca; y para identificar la morisqueta, mis viejos me presentaban así:

    - ¡Dale, dale, hace como Alfonsín!

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    Derrochado x Fran a las 12:25 a. m.