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Campaña Septiembre 2008


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    miércoles, diciembre 24, 2008

    A deshoras

    En mi casa Papá Noel llegaba siempre a cualquier hora.
    Recuerdo la vez que a mis 7 años le pedí un pizarrón de esos que vienen en atril con el borrador correspondiente, tizas de colores y con la peculiaridad de que en la pizarra hubiesen líneas de acrílico blanco emulando renglones. Esas primeras horas del 25 de diciembre del 88, Papá Noel no llegó y tampoco lo esperé demasiado. Al día siguiente estuvimos de tour y recuerdo que todos fuimos a Chacarita a llevarle flores no sé a qué, y también evoco que al regreso me clavé una siesta terrible porque me la había pasado corriendo por un cementerio tan enorme y vacío como alegre.
    Al despertarme, estaba a mi lado el pizarrón y yo campante me le tiré encima.

    Además, en mi casa Papá Noel era original para dejar los regalos, daba la sensación que se olvidaba que existía un árbol escandalosamente decorado donde ubicarlos y aparecían tirados en cualquier lugar de la casa envueltos en papel de diario. Según mis viejos, eso sucedía porque el gordo abrigado de más era tímido y quería que los obsequios fueran encontrados. Una mezcla de búsqueda del tesoro, pascuas y visita de Reyes Magos.

    Mis navidades fueron siempre así. Regalos a deshora pero siempre algo había, siempre llegaban y siempre se mantenía la creencia en que existía alguien que se esmeraba para traernos el juguete deseado bajo las amenazas sutiles de los padres... hasta que un día, buscando una enciclopedia para jugar a ver cuántas banderas internacionales sabía, encontré la ametralladora bronco que con tantas ansias le había encargado a Papá Noel. Estaba ahí, en su caja perfecta y llena de brillo. Los dibujos del envase eran los mismos que se mostraban en la TV, y detrás de un fino plástico transparente estaba el arma negra esperando por mi, que la llene de agua y salga a empapar a todos los demás nenes pobres de la cuadra. Pero para que llegara navidad faltaban 5 eternos días.

    Durante esas jornadas me la pasé jugando con la metralleta cuando mis viejos no estaban o cuando dormían. No le ponía agua ni intentaba colocarle las pilas. Jugaba, le disparaba a todo imaginariamente y ya afinaba mi puntería para el cometido final.

    Fue así como me di cuenta que Papá Noel no existía y que mis viejos eran unos villeros sin remedio. Como siempre, y ya desde niño, tuve que transitar un trauma solo y en los primeros minutos del día 25 tuve que salir a jugar con mi regalo junto a otros niños con la noción que mi chiche era viejo y que ya novedades no me traía, pero lo mejor fue la actuación, digna de un premio de la Academia, cuando destrocé los papeles y ahí estaba lo que yo tanto deseaba: una mentira disfrazada de plástico negro.

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    Derrochado x Fran a las 4:10 p. m.